martes, 1 de noviembre de 2011

La lección del domingo

Era como una señora de las cuatro décadas que aún dormía en su cama de los 15. Cabecera de madera rosa y un colchón de resortes que la expulsaba puntualmente a las 8 AM. Pero los domingos, esa rutina era un poco diferente.

Se levantaba a las 9:30, preparaba la ducha, con sus jabones especiales de Avon que le compró a la preceptora del EMEM 47, donde daba clases, o eso intentaba, a los chicos de segundo año, a los que le hablaba de los Medici, pero de verdad nadie la escuchaba.

Un poco con la toalla en la cabeza, va hasta la cocina en donde saca dos tostadas de pan de salvado, con queso blanco del pote verde y un poco de mermelada diet. Esfuerzo que luego vería caerse al comerse medio kilo de pan con una ensalada.

Después enciende su compu, y se dedica a corregir los trabajos prácticos. Si se trata de recuperatorios, de ante mano sabe que no aprobará ninguno. Si puede ser que estén bien, pero no se va a tomar el trabajo de leerlos, después de todo, las personas pueden tropezarse más de una vez con la misma piedra.

Llega el mediodía, y ella da una vuelta, en las fábricas de pastas hay filas, largas, lo mismo en las verdulerías. Hay pasta del domingo, o asado. Cosas que por lo menos se hacen de a dos.

El sol del domingo le da en la cara, y se imagina caminado al lado de un señor que le hace chistes sobre Carlo Magno. Se pierde pensando en una dentadura perfecta que sonrie y le habla pausado con la voz de Cortazar.

Vuelve a la realidad, sigue caminando esperando que alguien le diga algo lindo. Pasa por la puerta de un supermercado y un jovencito bastante lindo la mira. Su corazón late, hasta que el con lindos dientes y voz lenta, le dice, "señora, le puedo hacer una encuesta?".

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